Hoy hace 29 años que murió mi padre.
Aquel 3 de noviembre de 1987 yo tenía 17 años y no había quien me aguantara. Estaba en la fase más complicada de mi adolescencia. Y Dios decidió que se quería llevar a mi padre con él.
Cuántas veces había pensado yo en medio del egoísmo delirante que me inundaba que estaría mejor sin él en este mundo, que mi padre era el origen de todos mis males, mis tristezas, mis frustraciones, mis limitaciones, incluso mis pecados. Yo no hacía las cosas mal, era culpa de mi padre, de la herencia que, en forma de mis genes, que me había dejado.
El tiempo todo lo cura, y sobre todo da perspectiva. Hoy sé lo que hice sufrir a mis padres. A mi madre muchísimo, pero a mi padre más si se puede. Hoy sé que toda su vida sólo tenía un objetivo: nosotros, mis hermanos y yo. Sobre todo yo, que era su favorito, aunque por entonces pensaba lo contrario.
Qué cantidad de privaciones pasaron mis padres, y lo que más me ha dolido después, qué cantidad de humillaciones pasó mi padre por mí.
¡¡Qué injusto he sido!!
Pero Dios, que hace las cosas muy bien, tenía preparada esta historia de salvación para nuestra casa. Gracias a su bondad, me permitió pedirle perdón ("¡qué tontería!" dirán muchos) y sentir cómo me perdonaba. Y descubrir que aquel odio que llegué a sentir hacia él fue desapareciendo para que apareciera el amor que desde siempre hubo.
Hoy tengo la misma edad que tenía mi padre cuando murió hace veintinueve años, los mismos veintinueve años que tenía mi padre cuando yo nací. Sólo me sale agradecimiento a Dios por lo bien que hace las cosas, por la historia de mi vida, por los padres que tuvo a bien destinarme y por los hijos que ha pensado para nuestra familia.
Sólo espero una cosa, poder dejar a mis hijos la misma herencia que mi padre me dejó a mí:
LA FE